Hace años que me
doy cuenta y no me importo, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la
idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente se es el idiota quien
lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero
ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean
exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que
después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no
pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque
tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un
deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos
en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para
sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va buenísimo. (…)
Me divierto o me
conmuevo enormemente (…) y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la
suerte de ir a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o
mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de
revelación y de encuentros, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada
más que lo que ocurre todo el tiempo. (…)
Ahora que lo
pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por
cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que
verse menoscabado por el recuerdo de su existencia. La idiotez debe ser una
especie de presencia y recomienzo constante. (…)
Ahora si me
gusta, ahora me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota
perfecto que en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce,
hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la consciencia de su
idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando el
suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que
vivir.